AUGUSTO MONTERROSO (EL ECLIPSE)
Tegucigalpa-Honduras, 1921-Ciudad de México, 2003
Augusto Monterroso Bonilla conocido como Tito Monterroso, fue un escritor hondureñ0, nacionalizado guatemalteco y exiliado en México. Es considerado uno de los maestros de la minificción y, de forma breve, abordó temáticas complejas y fascinantes. Fue miembro de la academia hondureña de la lengua. Al estallar en 1944 las revueltas contra el entonces dictador guatemalteco Jorge Ubico, Monterroso desempeñó un activo papel, Junto con su amigo Francisco Catalán, publicó un periódico crítico de la dictadura, El Espectador, que repartía de mano en mano. El lo llevó a la cárcel al tomar el poder el general Federico Ponce Vaides. Sin embargo, en septiembre de ese mismo año, Monterroso logró escapar de prisión y pidió asilo político en la embajada de México. Monterroso falleció de un paro cardíaco el 7 de febrero de 2003, a los 81 años. En 2008, su esposa, la escritora mexicana Bárbara Jacobs, donó su legado artístico a la Universidad de Oviedo.
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
Augusto Monterroso, infancia
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