BENITO LYNCH (EL POZO)
La Plata-Pcia de Buenos Aires-Argentina, 1885-1951
Benito Lynch fue un escritor argentino de literatura gauchesca, de destacada labor en la primera mitad del siglo XX. Lynch provenía de una acaudalada familia de origen irlandés, creciendo en una estancia, propiedad de su familia. Sus vivencias durante los primeros años determinarán su literatura, y lo ayudarán a posicionarse como uno de los principales escritores del nacionalismo argentino. Hacia 1936 se retiró a un aislamiento literario, del que no pudieron sacarlo sus amigos ni las solicitaciones del público. En torno a su personalidad y a su inexplicable designio de no publicar más, se han tejido leyendas del más variado contenido, que nadie ha podido sin embargo confirmar. Murió de cáncer de estómago, casi sordo y con la vista disminuida, en La Plata rodeado de esa atmósfera de misterio que su actitud le había creado; frecuentado por su sobrino el ensayista Nicolás Barrios Lynch hasta el final de su vida.
Bueno, che; yo me voy entonces...
—¡Ah, Ah!
—Tengo que conseguir cuadrilla...
¡Ah, Ah!
— Supongo que sabrás hacerte un churrasco?
Y cómo le va!
—A ver si te rompés el alma ahí...
— De ande, mi vida. !...
Y mientras el otro se alejaba al galope menudo de su caballo alazán, "El Gringo", siempre sonriente, se quedó allí, bajo el sol y el viento, muy entretenido al parecer en lo que estaba haciendo y que era guardar el equilibrio, de pie sobre el hilo más alto del alambrado que circundaba la casa y al cual imprimía de intento un inquietante balanceo...
¿Qué iba a hacer también El Gringo"?... En algo tenía que matar el tiempo en "aquel opio de estancia" que su emprendedor amigo, Luciano Rojas, se empeñaba en inventar" sobre aquellos campos yermos, en donde la primera napa se hallaba a cuarenta metros, en donde no había ni media punteada de tierra sobre el lomo blanquizeo de la tosca bruta, y de los cuales "Flacuchín audaz" como él solía apodarle no había conseguido en tres largos años de sacrificios, otro fruto que unas cuantas hectáreas de un trigo bastante "chuzo" y que aún debió quedar en su mayor parte en los rastrojos, porque era tan corto que ni alcanzaba a "agarrarlo" la máquina!....
"La Si "El Gringo estaba allí en La Fortuna", Macana", como decía con toda irreverencia para fastidiar al otro y cada vez que miraba el negro letrero campeante en nítidos caracteres, sobre el frente de la bianca casita, si "El Gringo" estaba en "La Fortuna' y balanceándose allí, sobre el hilo más alto del alambrado, con aquello "breaches" de impecable blancura, aque los zapatos de "tennis" y aquella camiseta extravagante que dejaba al descubierto sus brazos enormes de atormentada musculatura, no era porque tuviese la menor afición agrícola, ni siquiera porque respetase o considerase el encomiable empeño de su amigo.
¡Ah, no!... Si "El Gringo" estaba en "La Fortuna" a pesar de las múltiples ocupaciones que le reclamaban desde la capital: remar, nadar, levantar pesas, arrojar la bala "y hasta" prepararse para dar alguna materia de ingeniería en los complementarios de febrero; era simplemente por hacer una obra de caridad...
Porque había que saber que desde que Luciano empezó a luchar con la tierra, "solita su alma" en aquellos campos resecos y cara a cara de aquellos cerros aznles que parecían mirarle hoscamente desde todos los rumbos del horizonte; no había hecho otra cosa que llamarle, que implorarle en todos los tonos, la gracia de aquella visita.
"Venite, "Gringo", ahora que llega el buen tiempo, vos que andás de vago"...
O bien: —"Sos el chancho más chancho que he conocido!...
¡Me vas a hacer otra vez la chanchada de no venir?".
Y "El Gringo" que en el fondo no era "un chancho" y que quería de veras a aquel amigo gran admirador de sus fuerzas — concluyó por conmoverse ante tanta clocuencia epistolar y cierto día de enero en que el mundo le parecía negro y Buenos Aires una estupidez, porque no habían querido incluirle en el equipo que su club enviaba a las olimpiadas de X., se resolvió a cumplir la promesa tantas veces reiterada...
Y ahí estaba desde hacía ya dos semanas, disimulando a ratos su aburrimiento y preocupado en lo íntimo al comprobar que no obstante su empeño, no podía encontrar la manera de emplear en forma beneficiosa para los intereses de su amigo alguna parte de aquella enorme fuerza que le hinchaba los músculos y a la cual debía todos sus prestigios...
Porque resultaba que después de haberse pasado la vida practicando toda clase de deportes y de abrigar la convicción de que pocos hombres habría más ágiles y fuertes que él, había venido a dar en el preciso lugar de la tierra, en donde ninguna de sus facultades podía tener aplicación, en donde todo lo que sabía le era inútil, como lo serían unas boleadoras en una partida de pesca.
Sino no había más que ir viendo: , ¿Para qué le servían a él sus famosos saltos (1.42 sin trampolín) si allí no había nada que saltar?...
Para qué le valía ser un buen nadador y haber Ilegado tercero en el campeonato de la milia, si con ello no podía evitar que al cielo de la caldera de la trilladora se le zafase un tirafondo o tira lo que fuera?...
Para qué su pujanza reconocida para arrojar la bala o el martillo, si allí no había otra cosa que arrojar como no fueran inquietas miradas sobre las tormentas que a cada rato se presentaban en el horizonte polvoroso amenazando el trigo de las parvas?
Para qué su tan mentada resistencia en la carrera?...
¡Ah, Ah!... El día anterior no más, sin ir más lejos y creyendo por fin hacer algo práctico no se había "empleado a fondo" para atrapar a fuerza de piernas, a través de los rastrojos, un capón inenlazable y no resultó después que no podia carnearse porque estaba demasiado cansado!..."
Ah! Todo esto mortificaba bastante a "El Gringo", no sólo porque hubiera deseado ser más útil a su amigo, sino porque comprendía que esa misma inutilidad suya, tenía que disminuirle en el concepto de aquél, que por lo cierto no le miraba ya, como solía mirarle, allá, en las palestras de sus hazañas deportivas...
Por eso fué el disgusto de algunas noches antes, aquella odiosa discusión que les había dejado a ambos doloridos y con cierto resquemor de rencor en las eiltrañas.
El, ya no podía decir nada, sin que el otro le saliera con la muletilla perversa: —Aquí hermano, de nada sirven los músculos ni las flexiones!...
Y se lo había repetido esa vez con tai impertinencia e injusticia y "hasta" remedando cómicamente los movimientos de un gimnasta que se ejercita, que a él se le volaron los pájaros y le gritó furioso: —Aquí o en cualquier parte, sirven para romperte el alma!...
Después, habían discutido y gritado tanto, como dos enemigos o como dos locos, que el pobre Luciano acabó por llorar y por confesarle al cabo que aquella ansiedad terrible en que vivía ante el temor de que algún temporal viniera a calarle las parvas y a destruír el fruto de su trabajo, le irritaba los nervios, le ponía impertinente y enfermo...
El, no negaba que "Ei Gringo" era fuerte, ni que la fuerza cosa muy necesaria... El decía simplementeque allí en "La Fortuna", no hacía mayor falta por lo general... El mismo "Gringo" había visto muy bien... Tal vez más adelante..no?...
Hombrear bolsas, Y le miraba ya, conciliador y bueno con los ojos aún barnizados de lágrimas.
Entonces él, "El Gringo", enternecido le había abrazado y dicho con calurosa efusión: —Ahí está!... Eso o cualquier otra cosa, Luciano...
Yo no deseo si no ayudarte, ver para que sirve esta fuerza que tengo, pero no encuentro y me da una rabia me siento ridículo!
—Ya encontrarás, ya encontrarás!...
Después, ni Luciano había vuelto a aludir en forma despectiva a deporte alguno, ni él, "El Gringo" dejado de pensar en lo bueno que seria hallar la oportunidad de una ruidosa revancha...
Pero, como ésta no se presentaba, era que aburrido, exasperado, por la holganza y por la espera, se entregaba a extravagancias deportivas como la que estaba practicando en aquellos momentos en que su sensato amigo, lleno de aprensiones y de incertidumbre se marchaba al pueblo, dejándole por muchas horas, como único habitante de su "Estancia"...
Media hora después y cuando cansado ya de andar por el patio, bajo aquel viento que le llenaba los ojos de arena y le agitaba la rubia pelambrera, como si fuese una llama, "El Gringo" se disponía a entrar en la casa, la visión de la roja rueda del molino girando velozmente allá, arriba, trajo a su mente un recuerdo que le pareció salvador y magnífico.
—Pero, qué ganso!... Qué mejor programa... Cómo no se le ocurrió antes!
Y era, que aquella misma mañana y en momentos en que abrevaban un caballo en el tanque, Luciano había dicho que para él, el agua del molino despedía cierto olorcillo desagradable y que no sería nada raro que hubiese algún animal muerto dentro del pozo...
Después, como él se interesara por el asunto, le había referido como a veces, las vizcachas en sus excursiones nocturnas, solían caerse en los pozos y corromper más tarde el agua de los mismos, al entrar en putrefacción.
—Y por qué no las sacan? Había preguntado él entonccs, columbrando una posible empresa deportiva y el otro le había respondido "que claro estaba" que las sacaban, pero que no creyera que era una operación tan sencilla...
¿Por qué?
—¡Caray! Por el pozo... por la profundidad enorme que tenían los pozos por aquellas alturas!...
Aquel no más, ahí donde lo veía El Gringo", tenía como cuarenta metros para llegar a las vertientes"....
—¡Ah, ah!...
"Y eso no era nada todavía. Según decían, el de la municipalidad, en el pueblo, alcanzaba a los sesenta".
¡Qui mi cointas!...
—Después no hablaron más de la cosa...¿por qué?...
Ah! porque las yeguas ajenas habían vuelto a entrarse en el rastrojo y tuvieron que ir a sacarlas!
—¡Pero qué ganso, qué ganso!...
Y sin esperar más, "El Gringo" se dirigió resueltamente hacia el molino que se alzaba al otro lado del patio y cuya alta torre vibraba a la sazón, estremeciendo por el trabajo vertiginoso que la rueda disparada imprimía al mecanismo de la bomba, haciéndola arrojar borbollones de agua por el remate del tubo de tomaallá, casi al nivel de la plataforma...
—Caray, como se embala peso. Quizá sería mejor cerrarlo... Pero no lo cerró y lleno de curiosidad, se metió entre los travesaños de los pies de la torre y se asomó abajo...
Había dicho la verdad Luciano. El aspecto de aquel agujero era imponente. El Gringo no había visto hasta entonces nada semejante... Después del brocal de ladrillos, la tosca, aquella tosca blanquinea y bien peinada por el pico, hasta quién sabe donde, porque el fondo no se alcanzaba a distinguir de ningún modo.
El tubo de toma mojado y chorreante bajaba vertical como el hilo de una plomada y se perdía en las obscuridades misteriosas, sin otro accidente visible que aquellos dos tirantillos, que como para despedirlo, se le atravesaban, allá, en el mismo umbral de la sombra...
Pero la profundidad del pozo no arredró en manera alguna a "El Gringo". Muy por el contrario: No hizo sino excitar su amor propio y su afán de aventura.
"Mirá la cara del otro cuando volviese y él le dijera entre indiferente y despectivo: " —¡Ah, che!... Sabés que para algo sirven los músculos?... Saqué la vizcacha del pozo...
O bien: —Cara de vizcacha tenías vos!... En el pozo no había nada...
Y después de echar una mirada de complacencia y de confianza a sus bíceps formidables y otra un tanto compasiva a sus "breeches" de impecable blancura, "El Gringo" satisfecho y sonriente y ajustándose el cinto, pasaba ya sus piernas sobre el brocal, cuando advirtió del otro lado del patio, algo que le hizo contraer las cejas e interrumpir la maniobra: Y era que cierta petisa zaina y barriguda, una de las eternas merodeadoras de las parvas y la más mañera y contumaz de todas, ya se venía otra vez, pasito a paso a lo largo del alambrado y en dirección al portillo....
—Qué bicho más trompeta!...
"El Gringo" le tenía verdadera antipatía, no sólo por lo que molestaba, sino porque una vez que quiso atajarla corriendo a la par se le escapó en los cien metros"...
La petisa que debía haber adquirido cierta experiencia estratégica en su lucha constante contra los moradores de "La Fortuna", en cuanto columbró entre las patas del molino, la rubia cabellera de "El Gringo", flameando al viento como un pendón de guerra, se detuvo y se puso a morder hipócritamente unos pastitos; pero "El Gringo", que aunque había repetido en su facultad, dos veces el primer año y tres el segundo, era mucho más inteligente y sutil que ella, que en toda su vida no había hecho otra cosa que reventarse tirando de los arados en invierno y de las segadoras en verano, la engañó como a una tonta.
Con agazaparse tan sólo detrás del brocal del pozo, la hizo creer que se había marchado y hasta quizá que no había existido nunca y luego cuando la vió comprometida en el callejón, se disparó sobre ella como un venablo y le ganó el camino del portillo.
—De ande mi vida!...
—Después, ya no fué posible deducir qué era lo que "El Gringo" se proponía...
La yegua al verse copada por el lado del rastrojo, volvió grupas y trató de ganar el campo abierto corriendo paralela al alambrado, pero, "El Gringo", la aventajó en el pique y le ganó también la salida.
Después, la maniobra se repitió muchas veces, pero con idéntico resultado: Cualquiera que fuera el lado que eligiese la petisa para disparar, siempre "El Gringo" llegaba a tiempo de cerrarle el camino y de hacerla volver la grupa.
Por último, en una de esas corridas la yegua verdaderamente espantada por la persecusión sistemática de aquel blanco y terrible animal de áureas crines y de jarretes de acero, atropelló, se lanzó ciegamente a pasar de cualquier modo, por el espacio de un metro escaso que aún mediaba entre su perseguidor y el alambrado... y pasó... pero pasó tras un encontrón brutal contra el alambre y con "El Gringo" colgado a su pescuezo, para ir a rodar a los veinte metros entre nubes de polvo, sobre el colchón de tierra del rastrojo...
De ande mi vida!...
Después pudo verse allí un espectáculo digno del mármol o del bronce: La yegua, empeñada en levantarse y "El Gringo" encaprichado en que no lo hiciera.
De ande mi vida!...
En un momento dado pudo creerse que la petisa vencía, pues aunque medio estrangulada por los brazos hercúleos que le ceñían el cuello, logró incorporarse, pero en el mismo instante, "El Gringo", veloz como un rayo, le atrapó de través un remo delantero y tiró hacia él como un bárbaro...
La yegua así "pialada" se abalanzó, dió un bote enorme, pero como "El Gringo" no soltó su presa, allá fueron otra vez al suelo el hombre y la bestia, haciendo estremecer la tierra...
De ande mi vida, de ande!...
Por fortuna él cayó encima, y por fortuna también para la integridad de su físico salvada ya por milagro de los cabezazos, de las manotadas y de las coces, la yegua no luchó más y se quedó inmóvil, largo a largo tendida sobre el rastrojo con esa resignación de supremo renunciamiento, que es característica en los de su especie, en lances semejantes...
"El Gringo" al principio se asustó, pues creyó que había matado a la yegua, pero luego que la vió "bien viva", tan viva que delante de su hocico levantaba nubecillas de polvo con su alentar poderoso, "El Gringo" sonrió satisfecho, y restañando con el robusto antebrazo un poco de sangre que le manaba de la nariz, hizo incorporar a la yegua, la corrió hasta más allá del portillo y luego, tan campante y ciñéndose el cinturón, se dirigió de nuevo hacia el molino: —De ande mi vida!... Lástima que Luciano no me haya visto!...
Cuando descendía ya hacia el fondo del pozo, dejándose deslizar suavemente a lo largo del caño mojado, a "El Gringo" sc le ocurrió pensar recién, otra vez, en que quizás hubiera sido mejor cerrar el molino, porque el agua que escapaba por el remate del tubo, lo ponía demasiado resbaloso; pero como la previsión no era su fuerte, tras un leve gesto despectivo continuó bajando, lleno de curiosidad y de deleite...
"¡Qué bueno que hubiera un agujero así que atravesara el mundo!"... "Sin fatiga ninguna, un tipo cualquiera podría irse a los antípodas"...
Cuando "El Gringo" llegó a aquellos dos maderos que había a mitad de la jornada sonrió satisfecho, y restregándose las manos miró hacia arriba:
"¡ Diablo!... Que era hondo aquello... Ya debía haber descendido una punta de metros"... "Y el pedacito de cielo"...
Pero, como en ese momento le cayera en la cara, un poco de aquella agua que el caño de toma lanzaba a bocanadas por efecto del furioso galopar del émbolo, "El Gringo", bajó la cabeza y después de enjugarse los ojos, agazapado sobre los tirantes, miró hacia el fondo...
Y estaba ya tan sombrío aquello, que apenas si alcanzó a distinguir los otros dos maderos, que sostenían el cuerpo de la bomba, una decena de metros más abajo.
Después, la obscuridad más absoluta. Ni bulto, ui contorno de objeto alguno, ni un reflejo de agua tan siquiera...
Pero el espectáculo no amedrentó a "El Gringo", que aunque con una ligera contracción de desconfianza en el entrecejo, no tardó en lanzarse de nuevo al descenso...
—"¡Qué lástima pensó mientras bajaba debería haber traído una soguita para atar la vizcacha!".
Pero se tranquilizó enseguida, pensando en que si encontraba la alimaña, nada le costaría subir a buscar la tal soguita y volver a descender con ella...
Cuando asentó sus pies sobre los no muy firmes apoyos que sostenían la bomba y que trepidaban conmovidos por el violento accionar del mecanismo, "El Gringo" se quedó sorprendido al ver que todavía lo separaban unos cuantos metros del fondo del pozo maestro, y que aquella bomba debía estar colocada a la máxima altura a que alcanzaba la acción de su émbolo...
"El Gringo", comenzaba a sentir frío y algo así como un vago deseo de probarse cuanto antes en el esfuerzo serio del retorno a pulso...
Pero ni siquiera levantó los ojos: "¡ Caray! Allá en el Club, arrancaba murmullos de admiración a los "abre—bocas", cuando con las piernas y los brazos en ángulo recto, trepaba hasta la cúpula, por la cuerda volante, en once segundos y aún en menos!"...
Y arrodillado, "El Gringo" trató de investigar abajo...
Pero aquello estaba tan oscuro para sus ojos no acostumbrados todavía, que no hubiera podido decir si había agua o tinta en el fondo del pozo, cuanto más una vizcacha...
Entonces hizo rápidamente sus cálculos, siempre confiado en el poder de sus brazos y de sus piernas de acero...
Se dejaría resbalar hasta el punto mismo en que el caño entraba en el agua del pozo maestro, para hundirse en la perforación del barreno y desde allí miraría...
Y así lo hizo, pero le resultó que aún habiendo llcgado al extremo de meter por inadvertencia uno de sus blancos zapatos de "tennis" en el agua negra, "El Gringo", no vio nada, absolutamente nada...
Aquello estaba demasiado sombrío y era además muy espacioso.
Pero, no se desalentó por ello, y ciñendo tubo con sus recias piernas y dejando libre sus brazos como un domador de potros, cuando dice: "¡Larguen melón, no más!"... extrajo fósforos y encendió uno.
Al principio le pareció que a pesar de aquella luz no alcanzaría a ver nada.
La llama rojiza de la cerilla resultaba de una mezquindad desconsoladora en medio de tanta tiniebla, y además, era constantemente amenazada por el agua que caía desde arriba sobre la espalda y sobre la cabeza de "El Gringo", salpicándolo todo...
Pero, aunque en una postura inverosímil, el mozo halló manera de hacer a la luz reparo con las manos y miró en torno...
—"Ah, ah!" Había tenido razón el otro... Allí bien cerca, tan cerca que "El Gringo", podría alcanzarlo estirando un pierna, un vizcachón alocado, mostraba sobre la superficie de obsidiana del agua quieta, su panza blanquinea enormemente hinchada...
Después que "El Gringo" hubo contemplado a su sabor el espectáculo, encendiendo varios fósforos uno tras otro y estremeciéndose de repugnancia al comprobar la clase de agua que habían estado bebiendo desde quien sabía cuando; notó recién, que por efecto siu duda, del largo esfuerzo, sus piernas cansadas le habían dejado resbalar sobre el caño hasta el punto de que ya tenía otra vez, una de sus blancas zapatillas entre el agua...
Entonces, arrojó el fósforo y, dispuesto a emprender la ascensión, miró hacia arriba...
Pero no pudo ver nada porque en ese mismo instante, una de aquellas bocanadas de agua que el remate del caño soltaba de continuo, le acertó a dar en el rostro dejándole ciego por espacio de algunos segundos.
"El Gringo" se enjugó los ojos con el robusto antebrazo, y después, confiado y sonriente, emprendió la ascensión con brío...
Mas apenas había trepado un par de metros, comprobó con despecho dos cosas desagradables: Primero, que el caño estaba aún más resbaloso que lo que le había parecido al principio, y después, que aquel esfuerzo para rampar le hacía doler bastante la articulación de una muñeca...
Sin embargo, siguió subiendo y se hallaría ya a unos tres metros escasos de los negros y chorreantes maderos que sostenían el cuerpo de la bomba y que señalaban el final de la primera y más corta de las jornadas, cuando de pronto advirtió con verdadera sorpresa, que jadeaba, que traspiraba, que todo le dolía y lo que era más grave, que no avanzaba en su camino, porque las fuerzas apenas si le alcanzaban para mantenerse en el sitio...
Ante la evidente realidad de las cosas, "El Gringo", muy extrañado pero sonriendo aún con cierta petulancia, se dejó deslizar hasta flor de agua, como si aquel simple cambio de altura hubiera podido proporcionarle descanso; pero, una vez allí, con calor en la cara y oyendo que el corazón le galopaba adentro, sintió sublevarse indignado todo su orgullo de varón y sobre todo de hombre de fuerza: ¡Pero que cosa más rica! ¡La gran perra!"
Y contrayéndose como un resorte se lanzó de nuevo a la aventura...
"De ande mi vida!" Mas fué menos afortunado aún que antes.
Ni la mitad del camino llevaba recorrido, cuando comprobó y ya con angustia, que no avanzaba, que sus brazos y piernas cansadas no contrarrestaban la influencia de aquella agua que lubricaba el caño tornándolo resbaloso como un pez en su elemento: en una palabra: "El Gringo" comprobó que "no podía"...
Entonces su misma impotencia le enfureció, y por espacio de más de medio minuto, jadeando como un potro enlazado, y gimiendo palabrotas, "El Gringo" luchó en lo obscuro como un frenético, como un pseído para volver a deslizarse al cabo hasta la lumbre del agua, exhausto, resollando como un gran fuelle y con una dolorosa sensación de quemadura, en la cara interna de las rodillas y de los tobillos, en donde las ropas desgastadas y agujereadas por el roce del caño, dejaban asomar redondas desolladuras sangrientas...
Así, y como colgado sobre el agua, "El Gringo" permaneció aún algunos segundos inmóvil y silencioso, pero después, poco a poco se fué dejando resbalar, hasta que con el líquido a la rodilla, sus pies encontraron el mezquino apoyo que les ofrecía la curvatura de la esfera del filtro, en que remataba el caño de toma y que no excedía por cierto el grosor de una manzana: Pero, aunque cansado y dolorido, apenas sintió "El Gringo" aquel miserable apoyo bajo sus plantas, ya se creyó otra vez dueño del mundo..
¡Bah! Descansaría un rato y después... "; A él con la piolita!" Lo que había era que aquel maldito caño estaba demasiado mojado y las manos no podían afianzarse en él, resbalaban...
Y entonces, sosteniéndose con una de ellas, trató de alcanzar con la otra la pared del pozo maestro, para restregaria en la tosca seca, aunque más no fuera; pero resultó vano su empeño: Aquellas paredes estaban a una distancia tan perversamente calculada por la fatalidad, que por más que se estiró, apenas si alcanzó a tocar la áspera superficie con el extremo de los dedos...
Pero aunque este nuevo contratiempo le dió mucho coraje, "El Gringo", aleccionado ya por la experiencia, dominó sus nervios y en vez de lanzarse de nuevo, locamente hacia arriba, como un gato perseguido por los perros, trató de serenar su espíritu para poder darse cuenta clara de las cosas...
Y cuando miró hacia lo alto, es decir hacia la boca del pozo, hacia la luz del día, se quedó estupefacto; no solamente porque comprobó la enorme profundidad a que se hallaba, sino también porque allá, en el pedacito de cielo sombrío y remoto que se asomaba por entra los travesaños de la altísima torre, El Gringo" vió brillar las estrellas como si fuera de noche...
Y entonces, aunque recordó haber oído referencias a tal fenómeno, sintió más deseos que nunca de hallarse cuanto antes en la superficie, entre los remolinos del viento recio y bajo aquel gran sol estival que calcinaba la tierra...
Sin embargo, más que el espectáculo imponente de aquel cielo estrellado en una bella mañana de Enero, más que el intenso frío que ya comenzaba a experimentar entonces, más que aquellos dolorosos calambres, que la violencia de la posición le hacía subir por las piernas, un cruel pensamiento empezaba a preocupar y a mortificar a "El Gringo"...
"; Y si de veras no podía salir?" ¡Caramba! A él no le importaba nada quedarse allí toda la vida, pero.. era que si no salía, Luciano por fuerza tendría que encontrarle a su regreso, en aquella situación de impotencia ridícula, en aquella facha desgraciada de zorro caído en una trampa...
¡Ah, no! "El Gringo", prefería morirse allí cien veces, ahogarse y corromperse como aquel vizcachón que le hacía compañía, antes de que nadie se enterase de su derrota!
"¡Mirá que más quisiera el otro! Sobre todo después de lo que pasó...!
E injusto y enconado por su infortunio, a "El Gringo" ya le parecía ver asomarse al pozo con una sonrisa perversa y cínica, a su pobre amigo que, ignorante y ajeno a todo rencor, a esa hora estaba allá, en la fonda del pueblo, casi a punto de llorar, porque no podía convencer a los componentes de una cuadrilla cosmopolita y sórdida, de que debían trillarle sus parvas al módico precio que ofrecía...
Cuando "El Gringo" creyó haber recuperado un tanto sus energías, o quizá más bien, cuando se le hizo insoportable la violencia de la posición en que se mantenía, se enjugó por turno las manos sobre los flancos de su camiseta y se lanzó de nuevo hacia arriba...
Pero, el fracaso no pudo ser más completo.
"El Gringo", no alcanzó esa vez ni a la mitad del trecho que mediaba entre el final del caño y los tirantes que sostenían el cuerpo de la bomba...
En vano volvió a enojarse, a gemir improperios y a llenar con su respiración angustiosa la negra oquedad de su cárcel... Todo empeño fué inútil y "El Gringo" tuvo por fuerza que convencerse, de que en realidad "no podía", de que estaba miserablemente agotado y de que para salir de allí, iba a necesitar por fuerza del auxilio ajeno.
Y entonces, con el agua hasta la rodilla y otra vez dolorosamente aplicadas las plantas al reborde del colador de la bomba, "El Gringo", jadeante, humillado y furioso, comprendió que su caso no podía ser más ridículo ni más desdichado.
De la más simple observación resultaba que él, el famoso, el forzudo Gringo", tan aplaudido en todas las palestras deportivas de la metrópoli, por su extraordinario vigor y su admirable destreza, estaba allí, en el fondo de un mal pozo, con una percha magnífica entre las manos, pero sin fuerzas para valerse y remontarse de nuevo a la superficie...
De esa misma y simple observación resultaba también, que siendo Luciano y él, los únicos habitantes de la Estancia, lógicamente "El Gringo", no podía recibir ni esperar otro auxilio que el de su amigo cuando se le antojase regresar del pueblo...
"Ah, ah! ¡Como no! ¡Ya se lo imaginaba al otro haciendo fuerza para ayudarle con aquellos bracitos de escarbadiente que tenía y aquellos bíceps, como avellanas!
Y "El Gringo", indignado, se hizo la formal promesa de morir si era preciso, estoica y silenciosamente en el fondo de aquel pozo, antes de que su amigo se enterase tan sólo de su fracaso miserable...
"Tal vez si aflojara el viento y se secara un poco el caño?" Pero al cabo de un rato y como ni el viento aflojase, ni le fuera posible soportar por más tiempo ya la violencia de la posición que mantenía, "El Gringo" trató de buscar otra más cómoda.
Y al mirar hacia el negro espejo del agua, en el cual la panza blanquizca del vizcachón se recortaba como un islote de arena, "El Gringo" experimentó una leve zozobra: ¿Tendría el agua del pozo maestro la escasa profundidad que él le calculaba, y que era de todo punto necesaria, para que pudiera abandonar la posición atroz en que se hallaba, e ir a buscar descanso en el fondo?
¡Caramba!! Y si no hacía pie?
Sin embargo, cautelosamente se dejó deslizar y le pareció un don del cielo, cuando aunque con el agua a la cintura, consiguió asentar por fin sus plantas acalambradas sobre el firme plano de la tosca...
"Ah! Allí se pisaba como era debido; como Dios mandaba"... ¡ ¡Que le echaran encima entonces cuantas horas de encierro les viniera en ganas!"...
Y lleno otra vez de confianza, en quien sabe qué, El Gringo volvió a admirarse ante el espectáculo raro de aque! cielo sombrío, donde parpadeaban unas cuantas estrellas, en tanto que el vizeachón muerto, siguiendo el lento curso de agua negra, giraba en torno suyo, como una barca demasiado cargada que buscas su fondeadero...
Después, El Gringo" tuvo mucho frío, tanto, que sus dientes castañeteaban y se le envaraban las piernas, pero ésto a él no le importaba nada... Su único temor se refería al regreso de Luciano, a la inminencia de su "deshonra deportiva"...
Porque era indudable que al no verle al llegar, el otro le llamaría y que ens guida, alarmado, al no tener respuesta, se pondría a buscarle por todas partes...
"Ah! ¡Pero así gritara como un demonio!"... El estaba resuelto a no oirle, a hacerse el muerto, allí en el fondo del pozo y aún a esperar hasta la noche si fuera necesario, para evadirse entre las sombras...
Pero al cabo de media hora, no más, ya le resultaron insoportables, aquel frío y sobre todo aquella inacción y espera eternas en medio de la obscuridad y del silencio.
Tanto fué así, que con el agua a la cintura, se puso a caminar por el fondo del pozo, encendiendo fósforos y escudriñándolo todo.
Pero por más fósforos que encendió y por más que miró y remiró, allí no había nada digno de ser observado, como no fueran aquel potente y apresurado succionar del colador de la toma bajo el agua, o aquel lento navegar del vizcachón ahogado, blanca la panza y las cuatro patitas hacia arriba...
—"; Está bueno!"...
Y todo encogido, los brazos cruzados sobre el pecho, temblando de depresión y de frío, "El Gringo", de espalda a la áspera pared de tosca traceada por el pico, comprendió recién que su situación era mucho más grave de lo que en un principio lo había sospechado, porque aquella inmersión se tornaba ya para él inaguantable y porque a medida que el tiempo transcurría, sus famosas fuerzas en vez de reponerse, le iban abandonando por completo...
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...—"Si, pero, y el otro zonzo?... ¡Y bueno!..cuando viniese el otro, él se apresuraría a decirle con la mayor tranquilidad del mundo... ¿qué le diría?... ¡Ah! le diría así: ":c
—"¡Che!... Alcánzame una soga, un lazo, cualquier cosa, para sacar este vizcachón de porquería"... Y cuando Luciano volviese con la cuerda, se la haría atar allá arriba, de modo que colgase a lo largo del caño y entonces, con la ayuda de aquella aspereza, ya sabría él remontarse hasta la superficie en condiciones "honorables"...
E inmóvil dentro del agua, siempre recostado en la pared del pozo y cada vez más aterido, el pobre "Gringo", aún tuvo la entereza suficiente para celebrar su maliciosa estratagema, sonriendo amistosamente a la hinchada panza del vizcachón que apenas entreveían ya sus ojos turbios...
Y "El Gringo", no hubiera podido decir cuanto tiempo transcurrió después, ni si estuvo dormido, sincopado o muerto, hasta el instante aquel, en que el ruido familiar de un balde chocando allá arriba, contra el borde de cemento del bebedero, le arrancó de aquel estado...
— Luciano! ¡Luciano!
Y sin quererlo, tan poderosos y vehementes le resultaron aquellos gritos de náufrago desamparado, que la pálida y azorada carita de su amigo, asomó casi instantáneamente por encima del brocal del pozo...
—¡Eh!
El Gringo destosiéndose entonces, trató de afirmar su voz: —¡Mirá, che, Luciá...!" Pero el otro, nervioso y excitado como estaba por la sorpresa, sin oirle, se puso a dispararle una verdadera granizada de interrogaciones ansiosas y de comentarios pesimistas: —i Pero qué te pasa, che? ¿Pero qué estás haciendo?
¿No podés salir ahora? ¿Pero para qué te has metido, caramba!
El vizcachón! intentó "El Gringo" — ¡El vizcachón!... sabés Pero el otro no le dejó meter baza: —Si: ¡pero no podés salir ahora ¿No podés, decí?
—¡Si puedo, pero es que!...
Mas Luciano, sin atenderle, sin oirle, continuaba sus gritos allá arriba, la inquieta cabecita de pájaro inclinada hacia el negro agujero, y tratando de sondear las tinieblas para ver a su amigo.
— Pero donde estás "Gringo", que no te veo?...
¿Te has descompuesto, te sentís mal? ¡Dios mío! ¿Qué hago yo?
Ante el griterío con que su amigo, en su legítima alarma, le estaba deshonrando a la faz de los cielos y de los campos, "El Gringo" sintió hervir su coraje, y una oleada de vergüenza y de cólera le enrojeció la cara en lo obscuro...
— Cállate, animal! gritó con una vez tan poderosa, que hizo estremecer el cañón del pozo y parar su atención del otro.
—¿Qué "gringo"? ¿que?
¡Un lazo!... ¡Andá a traer un lazo!...
Un lazo? ¿Y para qué, "Gringo"? ¿Para qué?
Pero como "El Gringo", ya furioso, le disparase dos tremendos alaridos por toda respuesta, Luciano, intimidado echó a correr a través del patio mascullando rezongos.
¡Bueno, bueno, hombre, caramba!
Cuando volvió, ya más sereno el cautivo, se puso a darle órdenes con mucha tranquilidad:
—¡Atá ese lazo!... ¡No, ahí no!... ¡En la llave, otario! ¡Ahora largalo no más!...
—¡Mirá que no va alcanzar, "Gringo"!...
—¡Cómo no va a alcanzar! ¡Largalo no más!...
—¡La pucha! ¡No ves que no alcanza? ¡Caramba!
Y mientras Luciano volvía a alejarse al trote, para ir a buscar sin duda otra cuerda cualquiera, "El Gringo" se quedó mirando con verdadero asombro, como aquel lazo "chileno", que debería tener por los menos once brazadas, colgado allá en lo alto aparecía tan corto como una miserable güasquita...
Cuando reapareció Luciano con un nuevo lazo y se puso a añadirlo al anterior a toda prisa, "El Gringo", creyó conveniente para su honrilla, proponer con voz tranquila:
—Si querés que saque el vizcachón, me tenés que dar también un alambre...
Pero el otro, exasperado, le gritó con rabia:
—¡Qué alambre, ni alambre! ¡No ves? ¡No alcanza tampoco!
—Y así era en efecto: La argolla del nuevo lazo un lazo bastante largo venía a quedar a una altura tan inaccesible para las fuerzas de "El Gringo", como lo estaba la del otro. Apenas si rebasaba en un par de metros aquellos dos primeros tirantes que sujetaban el caño a la mitad de la bajada.
Luciano, en uno de esos arrebatos inofensivos, de tente prisionero, que le eran habituales, se mesó los cabellos y dijo muchas malas palabras, pero como "El Gringo" riendo le tranquilizara, asegurándole que no corría ningún peligro, volvió a marcharse a escape para volver al cabo con cierto endeble y viejo lacito, que sólo se empleaba en "La Estancia", para "agarrar carne", es decir, para enlazar los capones que se carneaban...
—Y ahora, ché?
Con el nuevo agregado, la cuerda apenas si sobrepasaba los tirantes que sostenían el cuerpo de la bomba, de manera que para llegar a élla, "El Gringo" tendría que subir aún uno se cuantos metros sin ninguna ayuda.
Pero ni por un momento se le ocurrió pensar en la probabilidad de un fracaso...
La presencia de aquella cotorra gritona allá arriba, le enardecía la sangre...
—Alcanzás, ché ¿Podrás, ché?
—Sí, sí...
Y "El Gringo", serio y ceñudo, se enjugó las manos en la parte aquella de su camiseta que aun estaba seca, y distendiendo sus brazos apolíneos en un movimiento lleno de flexibilidad y elegancia, se lanzó al asalto...
—Podés, "Gringo"?
—¡Y cómo te va!
Pero más le valiera no haber dicho aquella "compadrada", porque enseguida se vió que sucedía todo lo contrario: En vano luchó, en vano resolló como un fuelle roto, en vano volvió a ensangrentar sus llagas perneando como un loco sobre el caño húmedo; en ningún momento pudo ni aproximarse siquiera en forma apreciable a los travesaños malditos, y cuando con un sordo gemido se dejó deslizar por fin, de nuevo hasta el agua, "El Gringo", con el corazón en la boca y un extravío de espanto en las pupilas azules, pensó que no era ya un atleta, ni un hombre siquiera; que era apenas un trapo mojado, que era "una porquería"...
El otro, mientras tanto, cada vez más alarmado, a' no ver surgir la leonada cabezota osicéfala de su amigo, tras tan largo ijadear de lucha en lo oscuro, se puso a asaetearle con sus gritos: Qué?... ¿Qué te pasa, "Gringo"? No aleanzás?
¿No podés? ¿Por qué no sale, caracho! ¡Por qué no contesta?...
¡Ah! si "El Gringo", hubiera podido contestar, hubiese contestado sin duda con un tiro, con un cañonazo a aquella cotorra chillona e indiscreta, que así agravaba la vergüenza J el gran dolor, de SL derrota!...
Sin embargo, al cabo de algunos segundos y haciendo un esfuerzo sobrehumano, pudo decir con voz extraña: ¡No alcanza, ché!... ¡Buscá otra soga!
Y no fué chico el alboroto disfamatorio que armó entonces el otro allá arriba, bajo la gloria del sol y entre los remolinos del viento recio: i ¡Ay! Entonces no podés? ¡Qué hago yo, Dios mío! ¡Qué fatalidad, caramba! ¡Pero también a quien se le ocurre! ¿Querés que vaya a buscar a alguno, gringo? A algún vecino?
Y como "El Gringo", en las angustias de su fatiga, no tenía alientos para hacer callar como otras veces con un par de gritos salvajes a aquel parlanchín abominable, optó por dejarle decir cuanto quiso y se resignó a repetirle de vez en cuando con voz mortecina, aunque preñada de encono, que debía buscar otra soga...
Pero cuando Luciano volvió con una coyunda que halló en el galpón, "El Gringo" debía haber recobrado bastante energía, a juzgar por ios alaridos con que respondió a su primera pregunta: ¡No! ¡Te he dicho que no! ¡Caracho!
Y mientras el otro intimidado se aplicaba a la tarea de practicar el nuevo añadido, "El Gringo", impaciente, con las mandíbulas apretadas y los ojos congestionados, se paseaba entre el agua como un oso cautivo...
—¡Ahí va!
— Largala!
Esta vez la cuerda chicoteó en el agua y "El Gringo", ya más tranquilo, la hacía estirar a lo largo del caño para probar la resistencia de las ataduras, cuando Luciano, que comenzaba a trinar de nuevo allá arriba, le propuso con la mejor buena fe del mundo: —¡Mirá, "gringo", mejor es que te atés la soga por debajo de los brazos, y yo desde acá te subo!...
En cualquier otro sitio que no hubiera sido el fondo de un pozo, "El Gringo" hubiese respondido sin duda con un "swin de derecha" a semejante "insolencia", pero allí, se limitó a ponerse muy pálido y a bajar la cabeza, previa una mirada asesina hacia aquel pedacito de ciclo estrellado, sobre el cual la negra silueta de su amigo aleteaba como la de un murciélago...
Después, hosco y sombrío, sin pronunciar palabra, inició el ascenso, aquel verdadero "viacrucis" de su orgullo, aquella expiación completa de su culpa.
"El Gringo" estaba tan debilitado, que pese a la ayuda del lazo empleó una eternidad para alcanzar los negros maderos en que se apoyaba la bomba, y cuando consiguió por fin sentarse sobre los tirantes, tras aqueEt l'ozolla mísera jornada de siete metros apenas, no podía hablar y su angustiado ijadeo llenaba la vasta oquedad del pozo, sordo y siniestro como un hipar de agonía...
"¡Estás muy cansado, "Gringo!... ¡Atate la soga, haceme caso!"..
Y el pobre Luciano se retorcía de ansiedad, y hacía mil posturas sobre el pozo.
De nada le valieron al otro, sus señas con la mano, indicándole que se callase, que aguardase, que le dejara reponerse... Luciano no las veía, y lleno de inquietudes fraternales siguió chillando cuanto quiso.
Por eso, cuando "El Gringo" pudo por fin incorporarse y alzar los ojos para mirarle, sus pupilas azules relampagueaban de ira.
¡Atate el lazo, gringo". no seas cabeza dura!
Pero como el otro guardase silencio y se lanzase de nuevo a la ascensión, Luciano se calló también por espacio de algunos segundos, es decir, hasta que se dió cuenta de que "El Gringo", en su agotamiento, no hacía otra cosa que pernear y resollar inocua y lastimosamente sin avanzar en su camino... Entonces, recomenzó con energía: —Pero Gringo", si no te atás el lazo, no vas a salir nunea de ahí!
Mas, apenas hubo soltado esta "blasfemia", cuando "El Gringo", deshaciendo el escaso camino hecho, se paró en el cilindro de la bomba, y desde allí, después de mirar un momento hacia lo alto con ojos homicidas, le conminó ferozmente: —¡0 te callás, animal, o te rompo el alma cuando suba!
Y tornó a callar Luciano amedrentado, y tornó "El Gringo" a repetir sus tentativas desesperadas e inútiles, cuantas veces fueron necesarias, para que se convenciera al cabo de que no podía y consintiese en atarse al ancho busto jadeante aquel extremo de lazo que tanto repudiara...
Pero antes de iniciar la ascensión con la ayuda de aquellos flacos bracitos cuyos bíceps parecían avellanas, aún tuvo "El Gringo" alientos para decir a su amigo, con malhumor y reproche: ¡No hagas, fuerza!... ¡No tienes para qué hacer tanta fuerza!... Yo solo...
¡Pero vaya si la tuvo que hacer el pobre Luciano!
En los últimos metros, a no ser porque había afianzado el lazo en el canto de uno de los travesaños de la torre, no hubiese podido evitar quizá, que el otro se le fuera abajo, a hacer compañía al vizcachón, tanto gravitaba y tan poco hacía ya "por la riña"...
No obstante, en cuanto se halló fuera del pozo, "El Gringo", comenzó a decir entre ijadeos: "Vos también, que te ponés ahí!"...
Pero no pudo terminar su crítica, porque de pronto, desplomándose en tierra, se quedó sin sentido, largo a largo...
Y Luciano, entonces, en vez de poner un pie, como un moderno David cualquiera, sobre el alto pecho de su amigo; lleno de aflicción y mascullando malas palabras, fuese corriendo a traer cierto frasco de álcali volátil, que guardaba cuidadosamente, en su modesto armarito de pino blanco...
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